¿Cómo poner límites en la infancia?

- A partir de los 3 años, sí es un buen momento para introducir normas de comportamiento y premios y castigos.
El niño está lo suficientemente maduro como para captar la relación causa-efecto, es decir entre lo que hace y las consecuencias.
Al principio, cuando bañábamos al bebé, lo tumbábamos en el cambiador o cama. Mientras lo desvestíamos, jugábamos con él y preparábamos la bañera. Una vez acabado el baño, le hacíamos unos masajitos mientras le dábamos crema o le poníamos el pijama.
A partir de los 3 años ya podemos dejar que participe en sus rutinas diarias. Podemos dejarle que participe en la preparación de la bañera, en la medida de sus posibilidades, o en el vestido y desvestido. Para ello, podemos ir verbalizando todas las fases para guiarle. Un consejo: debemos ser lo más repetitivo posible en estas rutinas.
Conseguiremos que para nuestro hijo la hora del baño se convierta en un juego que comprende las fases anteriores, y no sólo un juego de divertirse chapoteando en una bañera a la que se le lleva cuando está todo listo y de la que se le saca sin que él vea lo que sucede después.
Lo mismo con la hora de la comida o del juego: se juega y más tarde, se recoge. Se cena, pero antes se pone la mesa y después se quita, etc.
- Hasta los 6-7 años es un periodo en el que el niño va interiorizando las normas sociales, aprende a relacionarse en contextos externos a la familia y con iguales, empieza a participar en juegos de reglas.
Todos estos aprendizajes, junto con los de las normas y límites, generan un "pequeño adulto" que cuestiona a los padres que no cumplen con las normas que ellos mismos imponen o a otros adultos que no se comportan como a ellos les han dicho que hay que comportarse.
En todo este tiempo lo más importante es la repetición de normas, no olvidemos que la repetición es una de las formas básicas de aprendizaje. Podemos esperar que nuestro hijo haga determinadas cosas o siga ciertas pautas, pero siempre hay que acompañarle y mostrarle qué es lo que esperamos de él, ser claros con las consecuencias que se derivan de su conducta y consecuentes en el cumplimiento de las mismas (tanto de los premios como de los castigos).
Es un periodo en el que surgen los primeros problemas de conducta o enfrentamientos padres-hijos para aquellos niños a los que no se les ha inculcado unos rituales concretos. ¡Nunca es tarde para empezar! Sí que es cierto que cuanto más tarde se empiece, más costoso resulta y más insistente hay que ser.
Pero nuestro organismo está preparado para aprender y adaptarse al cambio de circunstancias.
- A partir de aquí y hasta los diez-doce años se inicia un proceso de flexibilización mental.
El niño conoce las normas, pero también sabe que hay excepciones, consigue articular normas que en un principio pueden resultar incompatibles. Por ejemplo, en casa todos los días se le pide que hable más bajo y sin embargo, el profesor cuando le pregunta en clase le pide que hable alto.
A nivel de conducta es un periodo de latencia, no hay grandes enfrentamientos a lo que dicen los padres, se trata más bien de una asimilación de los aprendizajes y un perfeccionamiento en el cumplimiento de las normas.
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