Por primera vez en mi vida le he dado una torta a mi hija y me siento tremendamente mal. Aún a sabiendas de que la violencia no conduce a nada positivo hoy he sido incapaz de contenerme.
¡Qué absurdo! No sé cuántas veces le habré repetido la frase desde que tiene uso de razón: “Las tres reglas de esta casa Sarita son básicas: no se escupe, no se araña, y sobre todo, no se pega. A nadie: ni a tu amiga Lucía, ni a papá, ni a mamá…”. ¡Pues toma guantazo, hala, para enseñarle desde pequeñita lo que es la coherencia!
No es por justificarme pero he de aclarar las circunstancias del delito: 8:00 pm. Después de un fin de semana agotador, poco antes de comenzar con el ritual de los baños. Sarita, su hermanito Álex (bebé de 5 meses para más señas) y yo, tirados en la cama haciendo jueguecitos entre risas y gorjeos. Vamos, estampa ideal que en nada hacía presagiar la tormenta inminente. Se ve que la niña se rebota por dedicarle tres segundos más de atención a Álex, y sin que apenas me dé tiempo para reaccionar le echa el edredón sobre la cabeza y empieza a apretar, como para ahogarle. Aterrada, la aparto de un manotazo mientras le grito que como lo vuelva a hacer nos quedamos sin hermanito. Y en vez de mostrar arrepentimiento me mira con sonrisa maquiavélica mientras se vuelve a abalanzar, edredón en mano, sobre la cabeza del bebé. Ahí hemos llegado al punto álgido y se me ha ido la mano (gracias a Dios, la izquierda) sobre su redondo moflete. ¡Que horror! ¡Cómo ha sonado! La pobre ha empezado a llorar, más de rabia y humillación que de dolor, y por empatía y susto su hermanito también. Me he sentido como una maltratadora de las que salen en los telediarios. Y me hubiera puesto a hacer pucheros si no es porque en unos instantes ha aparecido mi marido ante los aullidos de unos y otros; y yo, como una delincuente, me he empezado a justificar en plan patético.
Por suerte la calma no ha tardado en llegar, y ya, en la soledad de la cena hemos tenido la oportunidad de hablar “de mujer a mujer”:
-“Sarita, ¿me perdonas por haberte pegado? De verdad mi amor, lo siento mucho”.
Ante lo que responde:
-“Mami, no se pega a los niños porque les duele”.
¡Qué bochorno! Mi niña de tres años dándome lecciones sobre la vida. Pero como últimamente mi yo autocrítico hace esfuerzos por mirarse en positivo, no he desfallecido, y le he hecho la contrarréplica:
-“Muy bien gordi, hagamos un trato: te prometo no pegarte nunca más, y tú no estrujarás a tu hermano aunque te dé el arrebato de celos e ira”.
-“Vale mami”.
En principio me he quedado tan satisfecha, pero de pronto ese “Vale” me ha hecho dudar: ¿Sabrá esta niña lo que es “arrebato”, “ira”, “celos”? Huum… ¡Creo que por si acaso no la perderé de vista!
¿Has pegado alguna vez a tu hijo? ¿Crees que es necesario en ciertas “situaciones”? ¿Crees que sirve para algo constructivo?
Opina sobre este artículo y consulta los comentarios.