El otro día leí en una revista que las situaciones que más estresan a la mujer de nuestros días son, por este orden: una separación de la pareja, una mudanza y el absurdo momento en el que te suena el móvil mientras lo buscas frenéticamente por todo el bolso como si en esa llamada te fuera realmente la vida.
Amén de que me parece un tanto “machista” esta última situación (ellos también se atacan cuando les llaman y van conduciendo) me gustaría matizar uno de los contextos: Nada para alterar bien tus pobres nervios como que te comuniquen:
A) Que te tienes que poner a buscar piso
B) Que te tienes que mudar al susodicho en un mes de plazo y con una panza de 6 meses
Tan grato pastel me tocó comer a la vuelta de estas vacaciones; y esa tarde de viernes no se me olvidará en una buena temporada. Primero por la llamada del casero comunicándonos que no nos prorrogaba el contrato de alquiler (¡¡tremendo bajón!!), y acto seguido porque la chica que llevaba más de dos años cuidando a Sarita me dijo que “AGUR”, que se iba de camarera a Puerto Plata. Y no es que me dieran los sofocos hormonales, es que me vi frente a ella con cara de “pánico” mientras se me empezaban a caer tremendos lagrimones como si fuera un bebé de teta. “Señora, pero no se ponga así. -No sé por qué esta frase me empieza a sonar familiar. ¿Es que pierdo los papeles tan a menudo?- Si yo la ayudaré a buscar a alguien” . Lo cual me hizo plantearme: “¿Será más madura esta cría de veinte años que yo a mis treinta y tantos?”. De eso nada, me consolé, lo que es la tía es más lista. Entre limpiar cacas y mocos o estar poniendo cubatas a todos los dominicanos buenorros del Azca comprendo que opte por lo segundo. Es humano.
Pues bien, llegó el lunes de oficina y yo que me las prometía muy felices para centrarme en el trabajo y sacar todo lo que pudiera adelante antes del parto, me vi en plan patético, navegando a escondidas de mi jefe (ni que estuviera metiéndome en las páginas porno) por todos los portales inmobiliarios de la red. Pero como ya tengo práctica en esto de minimizar/maximizar documentos a toda velocidad (no en vano son muchos los carritos de la compra por internet a mis espaldas) la búsqueda de piso se resolvió en un par de semanas, contrato y todo firmado, con algún kilo y contracción de más (la ansiedad no perdona).
Ahora nos quedaba casi lo más duro:
Aunque uno se piense que ya ha pasado por la experiencia con éxito en el pasado, esto es como con los embarazos: ninguno es igual al anterior, y si me apuras, cada vez es más difícil ya que la proporción de elementos inútiles acumulados va “in crescendo”. No sé si fue el estrés pero el “síndrome de la limpieza del nido” que te suele invadir poco antes de dar a luz se me adelantó de golpe unas quince semanas. Maldije mi espíritu barroco y me prometí que la nueva casa sería de decoración totalmente minimalista-zen. Y así, después de mil discusiones con mi marido, de tirar a escondidas de él y de mi hija todas las piezas, ropas, juguetes y recuerdos inútiles (sin que me vieran por supuesto, y con sumo cuidado porque llegaron al punto de revisarme la basura: lo juro), conseguimos mudarnos un feliz viernes de lluvia.
Los rumanos colocaron la última caja hacia las once de la noche, y los tres tirados en el sofá envuelto todavía en plásticos, nos miramos con cara de satisfacción y agotamiento: ¡¡prueba superada!!
¿Hasta cuando vamos a aguantar ser chicas para todo que lo mismo redactamos un informe, que buscamos piso, hacemos la compra o parimos al hijo? El hecho de que podamos hacerlo, ¿significa que seguimos teniendo que hacerlo?
¿Por qué no viajamos más ligeros de equipaje por la vida? Creo que nuestros recuerdos los llevamos dentro y no tendrían por qué ir siempre asociados a objetos. En fin, espero tenerlo en cuenta en próximo viaje.
Opina sobre este artículo y consulta los comentarios.