La fiebre en bebés pequeños suele ser muy alarmante para los padres. Sin embargo, normalmente es un síntoma que no suele indicar gravedad. No obstante, es importante observar el proceso e intervenir cuando sea necesario.
La fiebre o aumento de la temperatura corporal es un signo de alerta que indica, normalmente, que está iniciándose una infección. Esta infección casi nunca tendrá consecuencias.
La propia fiebre actúa como mecanismo de defensa y sirve para desencadenar otros mecanismos de defensa corporal (respuestas inmunes).
La fiebre no suele ser perjudicial y siempre es consecuencia de algo. Es competencia del médico intentar descubrir de qué y tratarlo si es necesario.
La fiebre es un síntoma que asusta considerablemente a los padres, pero no siempre es necesario erradicarla inmediatamente con medicación.
Sólo hay que hacerlo si se eleva demasiado (más de 38º) o si sube demasiado rápido, ya que esto puede producir una convulsión, que aunque es inofensiva, alarma sobremanera a los padres.
El cuerpo humano dispone de numerosos medios para mantener la temperatura dentro de unos límites precisos. Puede perder calor aumentando la circulación sanguínea en la piel (enrojecimiento) y a través del sudor.
También puede aumentar la producción de calor mediante los escalofríos o evitar su pérdida, reduciendo la cantidad de sangre que circula por la piel. La fiebre es una respuesta biológica que está controlada por el sistema nervioso.
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¿Qué suele indicar la fiebre?
Es un signo que se produce en diversas enfermedades infantiles. Por lo general, se debe a infecciones víricas o bacterianas leves.
Una temperatura de 37° o menos se considera totalmente normal. Entre 37,6º y 38° se habla de febrícula (lo que se denomina normalmente «décimas»). Si supera los 38°, se considera verdadera fiebre.
Los episodios febriles suelen durar entre 1 y 3 días y se deben a infecciones víricas autolimitadas (controladas por el cuerpo). Casi nunca es necesario administrar antibióticos excepto prescripción médica. Con fiebres altas pueden administrarse antitérmicos (normalmente, paracetamol o ibuprofeno).
En general, la fiebre más o menos alta no está relacionada con la gravedad de la enfermedad (excepto en lactantes muy pequeños) y no produce ningún efecto desfavorable. Además, los bebés toleran muy bien las temperaturas menores de 39.5º.
Por otra parte, como hemos comentado anteriormente, la fiebre puede ser beneficiosa porque estimula los sistemas defensivos de nuestro organismo frente a la infección y produce un ambiente hostil para el desarrollo de los microorganismos responsables de la enfermedad. Se ha comprobado que no siempre es imprescindible intentar reducirla a toda costa.
Una pequeñísima parte de la población infantil (un 3%) puede tener convulsiones debidas al aumento brusco de la temperatura.
Aunque causan una angustia lógica en los padres, las convulsiones febriles tienen características benignas, no producen lesiones cerebrales y no exigen tratamientos posteriores.
Por otra parte, hay dos creencias respecto a la fiebre que conviene desterrar: una, que la erupción dentaria es causa de fiebre y otra, que la fiebre alta puede provocar una meningitis.
Estas dos ideas son falsas. La fiebre es una reacción natural y no supone un riesgo para el niño. Si supera unos límites muy elevados (mayor de 39º) y no se reduce con antitérmicos, debe consultarse al pediatra.